En 1961, Thomas Szasz, médico psiquiatra, psicoanalista y actualmente Profesor Emérito de la Universidad del Estado de New York, publicó "El mito de la enfermedad mental", que inició un debate mundial sobre los denominados trastornos mentales. Szasz pertenece al movimiento de la antipsiquiatría, cuya principal tesis es que la mente no es un elemento físico sobre el que se puedan realizar pruebas médicas objetivas y científicas por lo que el diagnóstico de “enfermedad mental” no es válido. Una enfermedad (da igual cual: artrosis, colesterol, cáncer...) existe porque puede ser detectada por una prueba médica y por tanto diagnosticada. ¿Entonces, de donde proviene la existencia de los cientos de enfermedades reunidas en el DSM 4, el manual por el que se rige la psiquiatría?. Proviene de una votación. La Asociación americana de psiquiatría decide anualmente por votación los pensamientos y comportamientos subceptibles de ser una enfermedad mental. Si gana el “sí”, es una enfermedad mental, si gana el “no”, no es una enfermedad mental.
La antipsiquiatría, por lo tanto, no habla de “enfermedades mentales” sino que prefiere hablar de “comportamientos”, y no habla de “diagnóstico” sino de “estigmatización” pues el diagnóstico de cualquier enfermedad mental representa una injusticia y un perjuicio para el individuo. Está demostrado que de los cientos de enfermedades mentales no existe ninguna que provoque deterioro físico o la muerte del individuo, y para ninguna de ellas existe tratamiento farmacológico que las cure. A pesar de ello, psicólogos y psiquiatras no dudan ni un instante en aplicar tratamientos farmacológicos que lejos de curar (pues los pensamientos considerados “anormales” y los comportamientos que estos generan no pueden ser curados por ninguna substancia) lo único que hacen es sedar al individuo, anularlo. Muerto el perro, muerta la rabia. Detrás de ello estan los multimillonarios intereses económicos de una industria farmacéutica que no cura nada y el Estado Terapéutico (la alianza entre Estado y psiquiatría). Porque ¿qué comportamientos son “normales” y, por tanto, han de ser aceptados por la sociedad y qué comportamientos son “anormales” y, por lo tanto, no aceptados por la sociedad?. Lo deciden ellos, lo que representa un magnífico mecanismo de control social.
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